jueves, 22 de marzo de 2012

Un día en el gueto de Mohamed Merah

María C., una joven española que residió en Toulouse con una beca Erasmus en el curso 2009-2010, no daba ayer crédito a sus ojos al ver las fotos del asesino acorralado. «¡No me lo podía creer: era la fachada de mi casa, podía ver mi ventana!», relata al recordar el año en que residió, junto con otra estudiante española, en el bloque de viviendas del barrio de «Côte pavée» de Toulouse.
«Son ocho edificios bajos de muy poca calidad, de dos pisos, con patios interiores y un ambiente inhóspito, de paredes desconchadas, que contrasta con las zonas residenciales colindantes», recuerda María. «Todo indica al llegar que se pasa de la bella Francia al país de los guetos; el fuerte olor a cuscús de las escaleras (por supuesto no hay ascensores) te hace saber desde el primer momento que entras en otro mundo».
María no reconoce el rostro mostrado por las fotografías de Mohamed Merah («todos los chicos de origen magrebí de ese barrio se parecen mucho»), pero allí vivía el joven toulousano de padres argelinos, que contaba ya con un largo historial delictivo en su adolescencia, y una juventud aventurera en los campos de entrenamiento yihadista de Pakistán y Afganistán.
«Todos los días mi compañera y yo comentábamos lo mismo al observar la cantidad de jóvenes musulmanes que pasaban el día entero en el patio interior manipulando piezas de motor», recuerda María: «¡No estamos en Francia, sino en el Bronx!».
Inadvertido
Uno de los jóvenes que observaba, sin saberlo, era Mohamed, que se ganaba la vida con sus compañeros en un taller clandestino de reparaciones mientras urdía sus planes de venganza «en nombre del islam».
«Todos los vecinos de “Côte pavée” eran, por decirlo de algún modo, muy raros. El de la puerta de al lado era alcohólico, y la vecina de enfrente tenía una extraña psicosis. Una noche llegó la Policía, se la llevó y precintaron la puerta», relata María.
«Nunca tuve problemas con la gente del gueto, ni con los jóvenes, pero procuraba no buscármelos tampoco cuando regresaba de mis clases en la Universidad de Capitol (UT1). Me recogía en mi cuarto, y como diversión observaba con mi compañera el trajín de los patios interiores y sus talleres clandestinos».
«¿Alguna agresión por ser occidental de cultura? No. Al menos de obra. Al llegar al barrio siempre me llevaba comentarios de los chicos musulmanes, algunos subidos de tono, pero nunca pasó de la palabra». María no recuerda haber tenido en todo el año contacto con las vecinas. «Eran huidizas, se dejaban ver muy poco y casi todas llevaban velo».
«No se hablaba de guerra santa ni de odio a la República, pero todo en la atmósfera del barrio hablaba de marginalidad y falta de horizontes», afirma la estudiante española, para quien en ese clima «cualquier joven yihadista como Mohamed Merah podía pasar perfectamente inadvertido».
Según recuerdan los analistas, en los años 90 algunos predicadores de las mezquitas francesas podían hablar impunemente de la «guerra santa» y propiciar el reclutamiento de yihadistas. Pero cuando, a partir del 11 de Septiembre, los servicios de inteligencia penetraron en las mezquitas, la leva de salafistas se hizo más difícil, y pasó al ámbito de internet y de las relaciones personales en barrios-gueto como el de ««Côte pavée» de Toulouse.
Fuente: abc.es

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